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Educación social y menores con medidas de protección

08.04.2009 -
CARMELO HERNÁNDEZ
L os programas de intervención que abordan problemáticas relacionadas con la situación de desprotección que sufren los menores suelen sustentarse en criterios de intervención relacionados con los perfiles diferenciales de desarrollo evolutivo por los que atraviesan los menores, el análisis concreto de las posibles variables que podrían están en la raíz del conflicto que específicamente ha originado la situación de desprotección y el fomento de estímulos y refuerzos positivos que promuevan el aprendizaje de comportamientos sociales asertivos que favorezcan su integración social.
Sin embargo, si me pidieran que me pronunciara respecto de qué metodología desarrollaría de manera urgente en la intervención con menores en situación de desprotección, claramente les diría que debe ser prioritaria la promoción de la conducta prosocial asertiva en la intervención psicoeducativa con menores en situación de riesgo de exclusión social, cuando dicha exclusión puede estar favorecida por el desamparo previo sufrido por el menor.
La conducta prosocial conlleva un medio y un fin. Como medio constituye un vehículo experiencial de aprendizajes que van a ayudar al menor a prevenir, por sí mismo, el desarrollo no deseable de conductas antisociales y a valorar la adquisición de competencias y habilidades sociales de un modo adaptativo y funcional. Como fin, la conducta prosocial, persigue fortalecer la expresión habitual, en el día-a-día, de comportamientos-meta, que en sí mismos son como pequeños desafios o metas de logro, claramente definidas para facilitar su consecución, y que abarcan desde los objetivos más sencillos y cotidianos (a muy corto plazo) hasta aquellos otros más complejos y elaborados ( a medio o largo plazo), apoyándose en una hoja de ruta que el propio menor elabora en interrelación con el educador social en el momento de proponer el entrenamiento para aprender a desarrollar este tipo de conductas.
Es importante que no perdamos de vista que estos menores provienen de contextos desestructurados que, en la mayoría de los casos, no les han facilitado los recursos más idóneos para aprender y desarrollar comportamientos prosociales ni para mantener este tipo de comportamientos de manera sostenida en el tiempo, generalmente porque no se les refuerzan y en muchos casos, porque, además, este tipo de comportamientos no son consideran deseables en sus entornos de origen, en lo que, por el contrario, se les ha potenciado la identificación con estereotipos y patrones de comportamiento, que se sustentan en principios y valores que nada tienen que ver con la conducta prosocial asertiva.
Es por tanto fundamental a la hora de trabajar con menores en situación de desprotección ayudarles a desarrollar la capacidad o habilidad que tiene o puede adquirir una persona en su misma situación para resistir a un contexto desfavorable que podría conducirle a situaciones de fracaso personal y social. Esta habilidad o capacidad para resistir a un contexto adverso puede fomentar que estos menores se sobrepongan a estas realidades y se valgan de estrategias positivas para la resolución de conflictos y situaciones de tensión.
Es también siempre necesaria una toma de conciencia del problema situacional por el que atraviesan los menores, reconocer e identificar la situación por la que se está atravesando, como requisito imprescindible para establecer un punto de inflexión en el éxito o fracaso de su curriculo existencial y evolutivo. El menor no sólo debe aprender a desarrollar y optimizar las habilidades y recursos competenciales, sino que, además, debe comenzar a valorar la educación social como el vehículo idóneo para desarrollar comportamientos que son valorados positivamente por los demás por ser más ajustados y solidarios con las necesidades y problemas de la sociedad en su conjunto.

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